martes, 29 de mayo de 2007

Te vi, y yo no buscaba a nadie te vi

Lo esencial no es invisible a los ojos. Al menos en este caso. Una muestra que recoge 40 retratos de músicos, escritores, actores, dibujantes y políticos cuya obra los inmortalizó. Mujeres y hombres nacidos para que no los dejemos morir en la memoria. En la emotiva, pasional o racional. Personajes imprescindibles de la cultura contemporánea y un arte capaz de que nos olvidáramos de olvidarlos.

Por Diego Sebastián Maga
Todo eso sugiere la exposición del fotógrafo Andrés Fernández abierta en la Sala Eduardo Carbajal (Teatro Macció). Es que determinadas muestras fotográficas no hacen otra cosa que estimularnos a ver cada foto no desde la acción pasatista y superficial (de pase y siga) sino desde la observación profunda. Esa que arrastra una curiosidad y emoción tales que nos empuja a interiorizarnos del cómo, el dónde, el cuándo y el por qué de cada escena y persona fotografiada. Es decir, ni más ni menos que una reflexión visual de un tiempo y un espacio.
“Vivos e inmortales” presenta una colección (en elegante blanco y negro) de 40 retratos de personajes imprescindibles de la cultura contemporánea. Para ejercitar la mirada reflexiva.

Obdulio Varela: anciano, de mirada perdida. Pensando. Está tapando su boca. Seguramente por la elegancia de no denunciar el olvido de algunos que se acordaron (en vida) de su mito cuando les convino. Así aparece el “Negro Jefe”, a solas con el silencio. Justo él, que tantas multitudes atajo y ovaciones provocó. En esa foto, hasta se pueden adivina los fantasmas –para bien y para mal- de “Maracaná”. Esa gloria pasada. Se karma de haber sido y ya no ser. Esa imagen (que abre la colección) es puro tango. Es pura nostalgia.

China Zorrilla: en su mejor rol. El de oradora. China aparece hablando y si intenciones de parar. Con esa virtud de narrar historias casi sin respirar. Y al fin, la foto no hace más que mostrar lo que China es: un historia contada… y bien.

Jaime Roos: es retratado de costado, canta concentrado y de ojos cerrados. Señala con su dedo adelante, en pose de zaguero que está a punto de despejar grita: ¡salimos! “Por la mirada se ve más lejos / por la mirada se llega antes que el otro / se sabe cuado creer / si miedo a creer” canta Jaime en su último disco y algo de eso hay.

Mario Benedetti: el entrañable Mario (casi como un abuelo sabio, afectuoso y “canchero”) insinúa un sonrisa y pone cara de “yo no fui” aunque los libros a sus espaldas aseguren lo contrario y digan: “sí, fuiste vos.”

Rúben Rada: peinado afro extremo. Lentes un tanto raros. Pero lo raro –vaya a saber por que misteriosa razón- a él siempre le quea bien. A lo mejor porque lo usa sin prejuicios ni preocuparse por el qué dirán. Ahí estale negro, casi meditando alguna respuesta ante alguna pregunta. Su mejilla descansa sobre su puño. Está barbudo y a punto de contar y cantar su historia.

Canario Luna: una de las mejores fotografías. Allí sus ojos miran a no sé dónde y parecen extraviarse en un sitio inaccesible –al menos para nosotros-, que tal vez sea su pasado. Pisado. Sus dedos llevan el pucho agonizante a la boca. El canario está descamisado. Aunque no lo veamos, un lagrimón de murguista está a punto de caer. Es algo que se ve sin mirar en el tablado de la vida. Su vida. Cuando el carnaval se dio a la fuga y “te largan a la cancha sin preguntarte si querés entrar, y encima, de golero…” Este “clic” es bohemia pura. Es mostrador. Vasos vacíos y penas llenas.

El Sabalero: José Carbajal emerge entre las sombras de la escena. Del escenario. Se ve como escapa de un cono de oscuridad el clavijero de su guitarra y como sus dedos pulsan las cuerdas que soltarán el acorde que ambientará otra historia extraída de su bolsita de los recuerdos” (que no vemos pero todos sospechamos que está ahí). “El Saba” parece rescatar entre tanta sombra una anécdota antes que se haga olvido y convertirla en arte. Arte decidor.

Hugo Fatorusso
: Aparece en el lugar que definió su vida para siempre: tras el atril. Leyendo una partitura.

Dogomar Martínez: en un ring imaginario, intercambia guantes con una estatua. El mítico boxeador, a las carcajadas, boxea con una estatua que se toma el combate muy en serio. En el golpe por golpe, se distingue a uno de esos tipos que no se achica en la pelea de todos los días: esa que tiene 365 rounds.

Eduardo Mateo y Fernando Cabrera: la joya fotográfica de la muestra. Todo un hallazgo que sintetiza el alma de la muestra. Un “inmortal”: Mateo. Y un “vivo”: Cabrera. Un “vivo” que aspira a ser “inmortal”. Mateo está posando en una actitud casi adolescente. Sentado en un sillón (venido a menos) y con la “gamba” sobre el apoyabrazos. Detrás suyo y de pie (en plan serio, casi de papá un tanto estricto) está Cabrera. De pelo bastante largo, jean gastado y chancletas.

Fernando Cabrera II: a pocos metros de la foto que comparte con Mateo, Cabrera vuelve a presentarse. Más elegante, de pelo corto y bien peinado. Con más años, más sabiduría y más arte hecho música que seguramente guarda en los bolsillos del sacón que leva puesto en esa postal –supongo que invernal y montevideana- en una plaza pública.

Ana Belén: está preciosa. Observando al suelo. Con carita “tristona”. Con gesto propio de princesa desencantada. Allí está, entre los marcos, tomándose con sus dedos la alianza que lleva puesta.

Luis Alberto Spinetta: fotografiado con lentes chiquitos (“lennonianos”, diría). Su rostro no esconde los años. El sabio poeta y músico se peina desordenadamente y parla. Deslumbra desde la palabra.

Joan Manuel Serrat: apunta al “más allá” con su índice y se ríe con ganas y si miedo.

Gilberto Gil: el trovador (y hoy ministro) dispone sus manos y asemeja un rezo. Quizás en verdad esté rezando y agradeciendo a los dioses africanos por anta magia.

Maria Betaña: está sentada a sus anchas en el escenario. Sobre las mismas tablas. Libre. Descalza. Canta ante el micrófono. Y seduce desde su don vocal. Mientras tanto, un papel flamea en su mano. Un papel en blanco. Es que, poco queda por escribir cuando se abrió el corazón y se dijo todo.

Vinicius de Moraes: va a dar un sorbo de agua, para aclarar su garganta, y poder seguir predicando belleza en la mesa de cualquier bolichito o cafecito de barrio.

Astor Piazzolla: es fotografiado con un movimiento de manos tal que uno presume que el genio de la música ciudadana está marcando un “antes” y un “después” de sus composiciones. Que, por cierto, no dejan de ser futuro.

Jorge Luis Borges: con una medialuna en la mano y el café con leche humeante delante parece pedir amablemente que alguien le lea algo de literatura clásica británica para terminar de cerrar una mañana perfecta.

Wilson Ferreira Aldunate: Wilson se pone apurado la corbata ante el espejo. La política lo reclama, lo necesita, lo espera. Y el hombre, no puede con su pasión. Allá va.

Rod Stewart: se arranca la corbata en un concierto. Igual que un estudiante rebelde… Repetidor… Y de sesenta y pico…

Hermenegildo Sabat: es retratado de ojos cerrados y el genial caricaturista parece rezongar a sus criaturas de grafito: “¡eso no se hace, que sea la última vez, eh!”

Gustavo Santaolalla: el gurú de los productores musicales latinoamericanos, señala bien arriba. Al cielo. A las nubes. El “escarizado” músico parece decir: “¡hasta allá n paro!”

Keith Richards: hace delirar su guitarra mientras desde otras tres fotografías, los demás “Stones” –Mick Jagger, Charlie Watts y Ron Word- lo miran como exigiéndole: “¡aflojá, Keith!”